Me olvide de cerrar la llave de paso. La cadena del baño se rebalsa y el piso esta mojado. Me encuentro en medio de un río caudaloso, me siento en una roca que me deja agujeritos en la piel mientras el viento me envuelve y el agua helada rosa los deditos de mis pies descalzos que después de unos minutos, dejan de sentir frío. El timbre del vecino me distrae, las paredes no son lo suficientemente gruesas como para aislar el sonido y cuando me doy cuenta de mi presencia me encuentro acostada en la arena sintiendo como cada granito se incrusta en mi espalda y pienso que ni el agua del mar va a poder arrancarlos. Mejor una ducha caliente pero la canilla se atasco y el plomero no quiere venir, se canso de mi insistencia. Voy a la cocina, así, sucia de playa. Veo que por la ventana ya no entra la luz del sol, solo estoy iluminada por el fogón que prendieron los chicos de la carpa de al lado, se escucha la guitarra cada vez más fuerte. Ya sé que esta noche no voy a dormir hasta tarde, voy a terminar bailando alrededor del fuego. De repente el sonido del msn. Mi computadora sigue en el mismo lugar solo que deje de registrarla por unos minutos. Chateamos, una charla con invitados. Ahora estamos los tres, tomando mate en el cerro de los cuatro colores. Cuatro porque los otros tres no los encuentro. En silencio, mucho silencio, tanto silencio que parece que el mundo va a explotar en pocos segundos. Me olvido de la existencia de lugares tan tranquilos cuando por el balcón pasan los autos tocando bocina. Salgo de chusma, miro para abajo desde el cuarto piso y vuelvo. Me encuentro en la selva. Bichos, muchas arañas y hormigas que caminan recto perforando todo lo que se les interpone en su camino, nunca se desvían. Las sigo, ellas tienen la seguridad que me falta. La vieja del séptimo golpea mi puerta y me pide prestado una tijera. Se la doy. Estos vecinos no me dejan viajar tranquila. Busco en el placar el marco de mi mejor ventana, lo cuelgo en la pared y escapo. Que la vieja se quede con lo prestado.
